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Vivir a ciegas
Autora: Pilar Barca Moreno

Vivir a ciegasClaudia tenía los ojos inquietos, inquisitivos y dulces; era un ser mágico, había llegado a este mundo con la única intención de ser feliz, para ello contaba con el poder de un alma generosa y una determinación férrea. Nunca se dejó arrastrar por los temores que asaltan a los demás mortales, tenía claro su objetivo, pero no tenía un plan definido para conseguirlo. Cuando decidió pasar revista a sus posibilidades descubrió que eran ilimitadas, pero ¿por donde empezar a explorar?... Decidió comenzar por un pueblo azul a la orilla de un mar tranquilo lleno de barcas pintadas de colores con nombres de mujer. Allí pasó unos años de su vida esperando ver pasar el fantasma de la felicidad. Por más que se asomaba a su ventana abierta al mar y escudriñaba el horizonte, nunca lo vió llegar. Después se traslado a una ciudad inmensa llena de personas que corrían sin saber a dónde; allí no había anocheceres violeta ni amaneceres rojos, casi no se podía ver el cielo. En esta ciudad conoció a mucha gente, todos ellos preocupados por el futuro y angustiados por el pasado. .-¿Qué les pasa a todos?, parece que se han olvidado que la vida solo se conjuga en presente. Más tarde, atravesando el oceano, se fué a explorar un país lejano donde todos sus habitantes se afanaban en adorar a los dioses, los había a cientos, todos ellos eran objeto de culto y recibían ofrendas. .-¿Qué les pasa a todos?, pensó Claudia, aquí los hombres adoran a los dioses y se han olvidado de su propia divinidad. Al fín cansada de vagar, decidió tomar un tren que no tenía paradas definidas, solo se detenía cuando el deseo de alguno de los pasajeros era tan imperioso por quedarse en un lugar, que solo con el pensamiento conseguía detener la máquina. Claudia vio pasar a través de la ventanilla capos verdes, tierras áridas, pueblos diminutos y ciudades inmensas; vio desfilar todos y cada uno de sus sueños, todos y cada uno de sus desencuentros; y por fín vio con claridad cual era su destino. Su destino estaba en cualquier lugar donde decidiera detenerse; no había lugares mejores o peores; era ella quien ponía la sal y la pimienta en su vida allí donde decidiera quedarse. Ella era la única dueña de su destino. .-Voy a dejar de vivir a ciegas, se me había olvidado que para ver, primero tengo que abrir los ojos, después de todo la vida es siempre una sorpresa.
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